Como
a muchos en Cuba y parte del mundo, me sorprendió la noticia sobre la muerte
repentina de Juan Formell, ícono de la música cubana, casi al cierre del noticiero
estelar de la televisión cubana, en la noche del Primero de Mayo.
Por instantes, lo escuchado me perecía incierto,
pues no tenía referencia anterior de que poseía enfermedad terminal.
Luego
de varios minutos de reflexión delante del televisor, empezó la meditación
sobre la obra del Maestro de generaciones dentro y fuera del país, y mi
seguimiento en particular a la orquesta más gustada para la mayoría de los
hijos de esta tierra de bailadores.
Las
letras de sus canciones las he tarareado desde la década de 1970 cuando comenzó
a tomar temperatura dentro del público cubano, primero, y después allende los
mares.
Me
adhiero al criterio de los que dicen que Formell y Los Van Van han
inmortalizado el día a día de los cubanos, por saberlos dibujan dentro de su mundo
social y de goce al ritmo de tantas sabrosuras y contagios musicales.
Como
siempre algunas piezas y determinados ritmos pegaron más que otros, pero ninguno
pasó inadvertido para los bailadores, pues todos fueron contagiosos y
picarescos como nos gusta a los caribeños y latinos.
Luego
del impacto y el seguimiento a las honras a su memoria, a través de los medios
de difusión, me conformo con saber que su obra trascenderá en el tiempo y
seguirá viva en el pentagrama musical cubano y en el disfrute popular.
Se
mantendrá inmortal en el recuerdo y en sitial de los grandes de la música
cubana, junto a Benny Moret, Arsenio, Chapotín, Roberto Faz, Lay, Elena Burque,
Bola de Nieve, Matamoros, El Guayabero y el resto de la pléyade de estrellas de
nuestro acervo cultural.
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