La sabiduría y la consagración emanadas de la práctica de campesinos astutos avalan los triunfos en la finca La Carmita, situada en Nueva Paz, al sur del poblado cabecera del municipio de Amancio y a unos 100 kilómetros de la capital de la oriental provincia de Las Tunas.
Allí florece un emporio agrícola, protagonizado por un trío de anapistas, entusiasmados con la decisión de sacarle el máximo a la parcela, en una habitual pelea sin importarles la bravura del Sol ni la complejidad de las tareas en las largas jornadas.
Múltiples procedimientos hacen sobresalir al escenario natural de los hermanos Roberto y Ridier Gerpe Izada y su tío Álvaro Izada García, quienes diariamente desarrollan proezas laborales en beneficios familiares y sociales, que al propio tiempo dignifican el aniversario 50 de la fundación de la ANAP, el 17 de Mayo.
Las siete hectáreas dedicadas a cultivos varios cuentan con el respaldo de regadío electrificado, la constancia para mantenerlas en rotación y la destreza para desarrollar cada variedad y fase productiva, con la contribución del tractor, los azadones y los machetes.
A estos integrantes de la CCS Mártires de Pino 3, ninguna época del año los sorprende sin sembrados ni cosechas, que siempre concluyen con halagüeños rendimientos.
“Tenemos en plan entregar mil 500 quintales de viandas, granos y hortalizas en el año, y ya hemos aportado más de 550”, decía Roberto entre sonrisas y con la mano derecha señalando hacia las diversas franjas de cultivos como maíz, frijol, ají, cebolla, plátano y boniato.
Visiblemente inquieto y deseoso de mostrar el bien aprovechado terruño, el mediano hombre invitaba a recorrer las plantaciones.
A cada rato se detenía en la guardarraya para referirse a las mañas de productor, y en uno de esos momentos comentaba que con la siembra de 80 libras de frijol, recientemente cosechó 56 quintales, que entregó al Estado, excepto el dedicado al autoconsumo familiar y el conservado para semilla.
“Hay que trabajar muy duro para tener. Valen mucho las ideas y los conocimientos para obtener buenos rendimientos.
“Las siembras intercaladas y escalonadas dan buenos resultados. También ayuda mucho la aplicación de materia orgánica a partir de estiércol de las nueve reses y los residuos de cosechas. Aquí no se quema nada, porque todo se aprovecha. La tierra agradece los abonos naturales.
“Cuando hay pico de siembra o de cosecha contratamos fuerza de trabajo del barrio. Se hace con orden y nos ha salido bien.”
Ridier, que permanecía al tanto de las informaciones ofrecidas por el cabecilla de la propiedad, se incorpora cuando escucha que se le alababa la decisión de terminar los estudios en el politécnico y luego retornar con normalidad al predio que lo vio crecer.
Con sus 26 años en el delgado cuerpo, se desplazaba con habilidad por el entorno. Al verlo en acción con la cabeza desprotegida bajo el fuerte sol mañanero, indago sobre el inusual hábito en la campiña. Sonríe, y responde: “No le tengo miedo por fuerte que esté. Así trabajo normalmente y a gusto.
“Me siento bien trabajando en el campo, después de graduarme en el politécnico.
“Estoy en mis raíces. Esto es lo que me enseñaron mis padres. Veo los resultados de mis esfuerzos”, puntualizaba uno de los más de mil 300 jóvenes campesinos incorporados directamente a la producción alimentaria, en los últimos tiempos.
Esta área del Programa de la Agricultura Suburbana forma parte de las ocho fincas potenciadas en las proximidades de la localidad, que están responsabilizadas con alrededor del 80 por ciento de las asignaciones de los anapistas para la alimentación de los 28 mil habitantes de la cabecera del municipio.
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