Por
estos días, en muchos hogares de Las Tunas, como en toda Cuba, se viven
ajetreos singulares, al son de los niños que irán por primera vez a la escuela.
Primero,
la compra de los uniformes escolares y después los ajustes para acorde a los
cuerpecitos menudos.
Vecinos
y amigos, se desviven contando anécdotas de los suyos, entre las que abundan
las consabidas preguntas infantiles sobre la escuela, los maestros, los amiguitos.
En
medio de sonrisas y elogios por los pintorescos momentos, recuerdo cuando me
tocó el turno con mis hijos.
Aunque
a veces se reiteren las peguntas o los puntos de vista por determinadas
situaciones, se anda con pasión por momentos que marcan a las familias y las
hacen más dedicadas a la educación de sus hijos.
Otros
ambientes se viven entre los alumnos continuantes en las diferentes enseñanzas.
Los de Primaria son los más deseosos por volver a encontrarse con sus amiguitos
y maestros; mientras, en el resto de los niveles educacionales generalmente se promueve
la añoranza por la terminación de la programación de verano y el receso docente
de dos meses, aunque no dejan de aparecer sueños al calor del período lectivo.
Como
es habitual en Cuba, las jornadas finales de agosto transcurren entre asombros,
sueños y añoranzas, ante la llegada del primero de septiembre, inicio del curso
escolar.
Hasta
mi jardín, con la poda recibida en esta semana, se quiso poner bonito para
formar parte del ambiente vecinal para darle la bienvenida al comienzo del
curso en el seminternado Toma de Las Tunas, a unos pasos de mi hogar, en la
capital provincial.
Y es que todos en Cuba tenemos vínculos con la
escuela, aunque ya no tengamos miembros de la familia en edad escolar.
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