El
31 de mayo, Día Mundial contra el Tabaquismo, y el primero de junio, Día Internacional de la Infancia, nos deberían convocar a meditaciones más profundas
para obrar en bien nuestro y del entorno.
Sin
fumar ayudamos a tener mejor salud y contribuimos a que en los alrededores sea más sano el ambiente.
No
solo es dejar el dañino consumo, sino influir para que cada vez sean menos las
personas que se arriesguen con la maligna práctica. Lamentablemente una inmensa
mayoría somos fumadores pasivos, porque recibimos la contaminación que nos
llega del entorno.
Mera
justificación para quienes se cansan de decir que no pueden abandonar el mal hábito
por diferentes razones, como la costumbre familiar, el estrés, la soledad y
otras.
Los
que no fumamos sabemos bien, que sí se puede, porque hasta los individuos más
enviciados cuando se lo prohíbe el médico por cuestiones de enfermedad,
enseguida se ajustan a eso, y no ocurre nada. Incluso, al cabo del tiempo hasta
dan consejos sobre cómo dejarlo.
En
cuanto a la niñez, siempre merece la mejor atención para contribuir a que crezca
con la intención de ser personas de bien.
En
el caso de Cuba, donde se llevan a cabo políticas estatales para beneficiar el
sano desarrollo de los niños, empezando por la educación y la salud gratuitas,
la evitación de que los niños no tengan que realizar trabajos para buscar
sustentos para la familia, aunque sí se inculcan valores morales y éticos sobre
la importancia del trabajo creador.
No
solo es un problema de familia, sino que a nivel social todos estamos
implicados en contribuir al cumplimiento de tales preceptos para lograr que las
presentes y futuras generaciones crezcan felices.
Mi
mirada desde Las Tunas, Cuba, se encamina a influir en los criterios personales
y generales, que hacen falta tanto internos como externos para comportarnos
mejor y ayudar a un entorno más saludable y feliz.
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