domingo, 8 de mayo de 2016

Hermoso día con mamá


Hoy 8 de mayo, Día de las Madres, ha sido una gran jornada para mí en compañía de la vieja Luisa García Rondón, que posee 87 años de edad y un tremendo espíritu para seguir enfrentando la vida con la disposición de durar unos cuantos años más.

Junto a sus cinco hijos, casualmente varones, disfrutó a plenitud de la actividad que le preparamos con tanto amor por la ocasión, en la casa de mi hermano menor Reinaldo, en el reparto La Victoria de la ciudad de Las Tunas.
El cake, que le compramos como es tradicional, fue una delicia. Ella picó con esmero  en medio de las fotos que se le tiraron en compañía de los suyos, y después ayudó a servirles a los presentes, junto a correspondientes vasos de refresco.
Cuando le tocó su turno de consumir, solicitó que fuera una porción pequeña con un vaso mediano de refresco, y que más tarde volvería a degustarlo.
Aunque algo raro en ella, en el transcurso de la actividad se la botó de peligrosa al coger tragos de cerveza y bailar al compás de gustados números músicas propiciado por un moderno equipo de música, que extendía hasta otras casas de los vecinos.
A la hora del almuerzo, consumió con cautela y, a pesar de ciertos regaños, de la carne que le sirvieron le dio una parte a cada uno de los cinco hijos. Y sonriente repetía: “Déjenme que estoy realizando una de las costumbres que tengo desde que eran chiquitos.  Ahora son hombres con hijos y nietos, pero los quiero igual”.
Aquellas súplicas de los hijos fueron en vano, porque ella no concluyó hasta que le dio una parte de cada cual.
Yo, que era uno de los cerca de ella en la mesa, finalmente tuve que aceptar que cumpliera su deseo a costa de la disminución de la carne que se comió.
En medio de la alegría, fui el primero en retirarme para casa a fin de dedicarle la mitad de la jornada a la esposa, y en esos instantes de partida, la vieja no se cansaba en repetirme los saludos para Sonia, esposa, Rainer y Reinier, los dos hijos, aunque sabía que el primero está trabajando en La Habana y vendrá en los próximos días.
Antes de partir, me entregó una cazuela con un pedazo de cake para que se lo trajera a los que estaban en el hogar.
Entre tantos ruegos para no me fuera, logré conversarla a ella y a los demás. Después del abrazo y el beso de costumbre, me despedí con la ternura de las palabras que siempre me dice: “Cuídate mucho, hijo”.






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