El 31
de diciembre es un día memorable para los cubanos, pues en él se festeja de
diversas maneras personales, familiares y colectivas, junto al recuento de lo
ocurrido en el año que termina y las perspectivas o deseos para el que comienza.
El
jolgorio empieza al amanecer y termina al otro día, de acuerdo a los recursos
disponibles por cada núcleo familiar.
La
fórmula de celebración la aplica cada cual, teniendo en cuenta idiosincrasia,
costumbres, posibilidades materiales y situación de salud.
No
es solo comer y beber, sino que a eso se emparenta el baile, el chiste, la
chanza, el juego y otras maneras de diversión, tan impregnadas en el quehacer
de los cubanos a nivel familiar.
Cada
región del país tiene sus patrones, aunque algunos se extienden nacionalmente.
El
cerdo asado, el congrí, la yuca, la ensalada son uniformes a lo largo y ancho
de la nación.
En
el caso de nosotros, los orientales la tradición gira alrededor del cerdo asado
en púa o en horno artesanal. Mientras, la carne se cocina a fuego vivo, con
leña o carbón, el olor se esparce por los alrededores, abre los apetitos e
incita a disfrutar de la sazón, al compás de los demás aseguramientos para
acompañar tan relevantes momentos para la vida.
En mi hogar, que andamos en ajetreo tenemos
cerveza y otras guarniciones como carne de cerdo frito y jamón para ir
calentando los motores hasta que llegue la noche cuando se realice la cena con
cerdo asado en horno.
Y a
las 12 de noche se hace el brindis de felicitaciones y deseos por buenos
momentos en el nuevo año.
Hacia
allá vamos con deseos y el goce por la escucha de numerosos gritos de cerdos,
que comienzan a sacrifican los vecinos, desde bien temprano.
Nadie
quiere traicionar la tradición y los ahorros personales se hacen añicos ante la
relevancia de la fecha, que se afianza en Cuba desde 1959 con la llegada de la Revolución
y las mejoras de la vida para todos.
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