Singular amor a los padres

Muchos como yo,  bien temprano en la mañana, fuimos al cementerio de la ciudad de Las Tunas, en el oriente de Cuba, a recordar pasajes familiares, ante las tumbas de los progenitores fallecidos, en ocasión del tercer domingo de junio, Día de los Padres, cuestión que pudo repetirse en similares lugares de la geografía provincial.

Unos pusimos flores y deseamos buen descanso a los difuntos en cualquier parte en que se encuentren: mientras, otros a tal gesto agregaron rituales a sus acostumbradas maneras.

Algunos aprovecharon la ocasión para poner jardineras con flores, encender velas y arreglos en nichos  y bóvedas.

Aunque primaba la intimidad y la serenidad de los familiares en los ruegos a los suyos, no faltaron los llantos y las lágrimas de ciudadanos afligidos que no podían contenerse.

Y es que en el camposanto se observan tantas maneras de homenajear a los  seres queridos desaparecidos, en ambientes que reflejan la idiosincrasia cimentada desde tiempos remotos.

No era mayoritaria la presencia de personas vestidas de negra, en reflejo de luto,  pues dicha tradición va pasando de moda con la modernidad cubana,  incluyendo el comportamiento en los velatorios en capillas y hogares.

Aunque unos llevaron flores cultivadas en jardines propios o de vecinos, cuantiosos individuos compraron los ramos florales en la entrada del cementerio o en otros sitios. Por este último detalle, muchos agradecían el apoyo de los trabajadores de la Empresa de Servicios Comunales, cooperativistas y cuentapropistas.

También se reconocía el aporte de Ómnibus Urbanos por el refuerzo de guaguas hacia el cementerio para facilitar el traslado de la ciudadanía.

Después de cumplir con el sagrado deber ante nuestros padres fallecidos, regresábamos a casa u otros sitios. Los progenitores, con ciertos pesares, recibíamos el merecido reconocimiento, en tanto los que no han procreado, rendían los correspondientes homenajes. A la manera de cada familia, acuñábamos la significación cubana de la tradicional jornada.