A las 3.30
pm del lunes 16 de enero, llegué a la entrada del cementerio Santa Ifigenia, en
Santiago de Cuba, después de la larga travesía desde Las Tunas.
Por primera
vez, en las tantas visitas a este Monumento Nacional y Patrimonio de la
Humanidad, llevaba en las manos un ramo de flores que me acompañó desde mi
querida ciudad.
Gracias a un
cubo con agua a bordo de la guagua llegaron frescas las olorosas azucenas
blancas para honrar a Fidel.
En el
tránsito hasta ubicarme delante del monolito de piedra, donde reposan las
cenizas del Líder Histórico de la Revolución Cubana, anduve despacio,
silencioso y con la sucesión mental de innumerables pasajes sobre su vida y
obra.
Al situarme
frente al sitio sagrado de la Patria, miré fijamente a la porción con el nombre
de Fidel, como queriendo encontrar a su imagen. Luego lentamente coloqué el
ramo entre tantas flores de distintos colores y tamaños. Por dentro me dije:
“He cumplido uno de los compromisos con usted, Comandante Eterno”.
En medio de la conmoción interna, emprendí la
retirada del sitial con una carga de simbolismos relacionados con la decisión
de ser fiel al legado del Líder.
Antes y
después de mí, se sucedían los pasos del resto del grupo conformado por directivos
del Partido y de la prensa en las provincias de Las Tunas, Granma y Holguín,
que compartíamos el honroso momento.
Posteriormente
vendrían el recorrido por el entorno con las explicaciones de una guía apasionada,
que se lucía en las narraciones sobre detalles de la significación del segmento
del cementerio más cercano a Fidel, como el sitio para sus compañeros del
asalto al cuartel Moncada y del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra; el
Mausoleo para José Martí, los nichos para caídos en las luchas
internacionalistas, panteones para generales del Ejército Mambí, Carlos Manuel de
Céspedes, Padre de la Patria, la madre y la esposa del General Antonio Maceo
Grajales y la familia País con Frank y Josué.
El sincronismo
en el cambio de la guardia de honor a Fidel y a Martí motivó a la muchedumbre
de visitantes nacionales y extranjeros, que silenciosos siguieron atentamente
el traslado de los noveles militares.
Entre
comentarios en voz baja sobre todo lo presenciados, abordamos los vehículos y
retornamos a la ciudad por la nueva avenida Patria, que nos condujo hasta la
emblemática Plaza de la Revolución Antonio Maceo, como cierre simbólico de la
ocasión, en aquella soleada tarde con rasgos tenues de la cola del tiempo
invernal que atravesaba por Cuba.
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