Tengo el
honor de encontrarme entre los miles de tuneros que pusieron sus casas al
servicio de los evacuados para contribuir a evitar pérdidas humanas.
No desmerita
que mi albergado fuera un familiar y especialmente mamá, que hubo que trasladarla
a pesar de los años desde su residencia en una de las zonas proclives de
inundaciones en el territorio.
Como yo,
miles de ciudadanos mostraron disposición de convertir sus hogares en albergues
para servir de refugio seguro ante el tenebroso huracán Irma.
Aunque algunos recibieron contribución
alimentaria para los albergados, otros compartimos los recursos que teníamos.
Un gesto
bonito y solidario, que los evacuados agradecieron infinitamente durante la
estancia y al partir para sus respectivas moradas.
Nuestra
contribución y los centros de evacuación acogieron a más de 150 mil personas,
que recibieron buenas atenciones, incluyendo servicios médicos y actividades
culturales.
Con la
intención de salvar vidas, el Estado y
la ciudadanía a brazo compartieron la tarea, sin detenerse en gastos económicos
y gestiones de recursos materiales, sino en lo que debían hacer para evitar
lamentables hechos, como felizmente ocurrió. Los 10 muertos que se reportó la
Defensa Civil de Cuba pertenecen a otras provincias. Y como se precisa la
mayoría de las víctimas obedecieron a no prevenir el peligro y a indisciplinas
para no evacuarse.
Las
mencionadas causas ocasionaron una cifra de muertes que hace rato no se
reportaba en el país por eventos meteorológicos. Y al propio tiempo reitera que
en lo adelante habrá que ser más exigente en el proceso de evacuación, la cual
se realiza no por capricho, sino por salvar vidas, cuestión que a veces no está
en correspondencia con la actitud de los vecinos radicados en sitios
vulnerables.
Si los daños
humanos y materiales no fueron mayores obedecieron a las correspondientes previsiones,
que dejan la enseñanza de que no siempre se hizo lo necesario y se admitieron
numerosas indisciplinas de la ciudadanía de los lugares de mayores riesgos.
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