Un encuentro
especial protagonicé hoy junto a mi madre, que no dejaba de expresar su alegría
por estar entre sus cinco hijos.
Como de
costumbre, en el Día de las Madres, a su alrededor era un mar de infinito amor, entre muestras de
sencillez y sinceridad, que volvían a inscribirse con belleza y ternura. En Las Tunas esto es tradición.
Las
particulares maneras de compartir con sus ya viejos críos, las sometía a querer
darle un bocadito a cada uno de cuantos alimentos les entregaban. Como siempre
eso le hacía disfrutar de felicidad en cada momento, pues no puede realizarlo
cotidianamente porque vivimos separados,
aunque dos residen a poca distancia.
Yo era el
más remiso, porque consideraba que ella era la que mejor debía alimentarse,
pero en ocasiones tenía que recibir los bocados, extendido con tanta ternura e
insistencia.
Entre juego de dominó, algarabía, música, comida y
bebida transcurrió la jornada especial, en la que cada uno de los cinco le hizo
un regalo como distinción de la trayectoria familiar.
A pesar de
acercarse a los 90 años reiteradamente era dueña del espacio con sonrisas,
pasillos, mojadas de los labios con bebidas alcohólicas, narrar pasajes familiares
o de la comunidad y regañar con severidad por las travesuras de algunos
pequeños de los descendientes presentes.
Tres de mis
sobrinas con sus críos compartieron en la hermosa jornada de homenaje, con sus
respectivos halagos.
En verdad,
transcurrió una interesante jornada, en la cual los niños se destacaron en los
coros de felicitaciones sucedidos en los momentos de encender las velitas del
kake, rodeado por refrescos y mucha alegría.
Nuevamente
la familia dio muestras de unidad y de amplio sentido del homenaje a mamá, quien
disfrutó a sus anchas el emotivo encuentro..
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