Ya Reynier
se siente médico. El diploma de graduado lo acredita. Y él lo dice con tremenda
alegría y las sonrisas a flor de labios.
Al propio tiempo hace referencias a los
hermosos días de la vida estudiantil, que siempre tendrá entre sus mejores
recuerdos.
Disfruta el
cambio de rol en la vida, proyectado desde el juramento de graduado, en el cual
se comprometió a ser fiel al legado histórico de Cuba y a esmerarse en la
atención a los pacientes en cualquier parte que esté.
Con orgullo
manifiesta que forma parte de los más de 500 egresados en la graduación 33 de
la Universidad de Ciencias Médicas de Las Tunas, que a través del tiempo ha
titulado a miles de profesionales de la localidad y de varias naciones, que en
conjunto brindan notables aportes en muchas partes del mundo, especialmente a las familias de menores ingresos.
Desde mi puesto en el teatro Tunas disfruté cada momento del acto de graduación, especialmente cuando entregaron los títulos, que él recibió con enorme carga emotiva con el estreno de su bata de mangas largas que cubría una camisa azul y dejaba ver la corbata de igual color. Se veía tremendamente hermoso como reitera su madre.
En la
familia también comienza a retirarse el estrés por tantos momentos complejos a
través de los años y de las rotaciones en hospitales, policlínicos, consultorios
y áreas de salud de la ciudad de Las Tunas.
Poco a poco
van quedando atrás las cargas y los sustos por las notas en cada eslabón
docente, aunque felizmente salió normal de cada año, sin tener que auxiliarse
de exámenes mundiales ni arrastres de un año para otro.
A la parte
del goce por lo alcanzado con tantos esfuerzos, con sencillez va disfrutando de
las merecidas vacaciones.
No faltan
las ojeadas a las batas y a los planes para cuando empiece la vida laboral en
septiembre, en la cercana comunidad rural de Barranca, al sur de la ciudad de
Las Tunas.
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