sábado, 22 de julio de 2017

Reynier, mi hijo médico


Ya Reynier se siente médico. El diploma de graduado lo acredita. Y él lo dice con tremenda alegría y las sonrisas a flor de labios.
Al propio tiempo hace referencias a los hermosos días de la vida estudiantil, que siempre tendrá entre sus mejores recuerdos.

Disfruta el cambio de rol en la vida, proyectado desde el juramento de graduado, en el cual se comprometió a ser fiel al legado histórico de Cuba y a esmerarse en la atención a los pacientes en cualquier parte que esté.
Con orgullo manifiesta que forma parte de los más de 500 egresados en la graduación 33 de la Universidad de Ciencias Médicas de Las Tunas, que a través del tiempo ha titulado a miles de profesionales de la localidad y de varias naciones, que en conjunto brindan notables aportes en muchas partes del mundo, especialmente a las familias de menores ingresos.
Desde mi puesto en el teatro Tunas disfruté cada momento del acto de graduación, especialmente cuando entregaron los títulos, que él recibió con enorme carga emotiva con el estreno de su bata de mangas largas que cubría una camisa azul y dejaba ver la corbata de igual color. Se veía tremendamente hermoso como reitera su madre.
En la familia también comienza a retirarse el estrés por tantos momentos complejos a través de los años y de las rotaciones en hospitales, policlínicos, consultorios y áreas de salud de la ciudad de Las Tunas.
Poco a poco van quedando atrás las cargas y los sustos por las notas en cada eslabón docente, aunque felizmente salió normal de cada año, sin tener que auxiliarse de exámenes mundiales ni arrastres de un año para otro.
A la parte del goce por lo alcanzado con tantos esfuerzos, con sencillez va disfrutando de las merecidas vacaciones.
No faltan las ojeadas a las batas y a los planes para cuando empiece la vida laboral en septiembre, en la cercana comunidad rural de Barranca, al sur de la ciudad de Las Tunas.


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